lunes, 11 de octubre de 2010

Las ciudades del siglo XIX

El XIX es el siglo de las ciudades y del ferrocarril. Una población en constante crecimiento creaba una red urbana europea integrada y comunicada, así como una nueva civilización urbana, que transfor­mó profundamente la vida en las ciudades de Europa.

La vida cotidiana experimentó profundas transformaciones. Durante el siglo XIX, Europa fue el centro de progresos científicos, técnicos y cultu­rales, y suministró modelos de desarrollo económico y político, con ello alcanzó un papel dominante en el mundo, pero antes habían cam­biado radicalmente las condiciones de vida de sus habitantes,
una de las realidades más visibles y características fue el intenso de­sarrollo urbano. La riqueza y la variedad de la civilización del siglo XIX descansó, en buena parte, sobre la gran expansión de las ciudades y de la vida urbana, la población europea en su conjunto creció en propor­ciones desconocidas, llegando a ser algo más de la cuarta parte de la mundial a fines del siglo XIX,

Hasta 1850, en todas partes, salvo en Inglaterra, predominaba la pobla­ción rural. El Reino Unido experimentó un proceso de urbanización pre­coz y acelerado, A mediados del siglo XIX, la población urbana ya se ha­bía equilibrado con la población rural, tres cuartos de siglo antes que en Francia. En 1880, tres británicos de cada cuatro vivían ya en una ciudad,

Las grandes capitales crecieron espectacularmente: en poco más de un siglo, la población de Londres y la de París se multiplicaron por cuatro; la de Viena, por cinco; la de Berlín, por nueve; la de Nueva York, por ochenta, Hacia 1815, menos del 2% de los europeos habitaban en una veintena de grandes ciudades con más de 100,000 habitantes; en 1900 eran 184 las ciudades con una población superior a esta cifra y agrupa­ban al 15% de la población del continente,


Una civilización urbana

Este crecimiento acelerado se debió, fundamentalmente, a la emigra­ción de una población campesina, que se veía obligada a abando­nar el campo a causa de las transformaciones económicas, su futuro estaba en el sector industrial o en los servicios, yesos destinos se en­contraban en la ciudad. El ritmo de urbanización de la sociedad euro­pea se aceleró en el decenio comprendido entre 1850 y 1860,
una nueva civilización nació para los habitantes de las ciudades. Buena parte del dinamismo político y cultural de los grandes centros urbanos provenía de la mezcla social y cultural que aportaban las constantes mi­graciones de gentes de muy diverso origen y condición,
muchos de estos núcleos urbanos surgieron directamente de la industria, tenían un perfil muy característico según la actividad industrial que pre­dominara en ellos: textil, siderúrgica, minera, La ciudad y sus habitantes se agrupaban alrededor de empresas textiles, altos hornos, destilerías de hulla, etc. Los barrios obreros crecían al lado de las fábricas.

El vínculo entre crecimiento industrial y urbanización se hizo evidente desde el principio. En Gran Bretaña , a principios del siglo XIX, cinco de las diez mayores ciudadea provinciales debían su tamaño a la industria.

Pero la ciudad industrial no era el modelo más corriente y significativo de la explosión urbana en Europa, ya que las concentraciones industriales estaban muy localizadas. La mayoría de los centros urbanos crecian a partir de de antiguas ciudadeas, favorablemente emplazadas, con actividades y funciones tradicionales de mercado, puerto, capital administrativa o centro de comunicaciones. Así se desarrollaron las grandes capitales eurpeas Londres, París, Berlín, Viena.


La desigualdad social y espacial en las urbes

Viea e un buen ejemplo para saber como se produjo el crecimiento urbano: en el centro y alrededor de la catedral, se encontraba el palacio , la administración imperial y los barrios de la aristocracia. Los barrios residenciales de la burguesía de negocios o profesional se extendía en un segundo círculo, bien alineados a lo largo de amplias avenidas, con sólidos y respetables edicios.Los barrios pobres, próximos a las fábricas envolvían la ciudad, y en ellos se asentaban trabajadores venidos de todas partes del imperio de los Habsburgo. Londres o París no eran ciudades industriales, pero los cinturones de miseria también rodeaban el centro aristocrático y burgués.

El alcalde de París, Haussman, remodeló el viejo centro parisino trazan­do calles rectas y anchas y amplias plazas, y construyendo nuevos edifi­cios públicos y nuevas viviendas. Buen número de los antiguos trabaja­dores se tuvieron que desplazar a los barrios de la periferia, uniéndose a los asalariados recién llegados. El casco viejo remodelado, los nuevos ensanches burgueses y los barrios obreros del extrarradio marcaban la separación social y espacial de los habitantes.

Se abría una inmensa brecha en la sociedad urbana. Los convecinos, en función del sector social al que pertenecían, estaban separados por to­do: la localización del barrio, el tipo de vivienda, el nivel de vida, la for­ma de vestir y la cultura. Así, a partir de la distinta experiencia que pro­porcionaban unas condiciones de vida tan extremadamente opuestas, se iban desarrollando identidades sociales o de clase diferenciadas: una cultura obrera y popular y una cultura burguesa.

La ciudad fue un escenario privilegiado para la confrontación social, política y cultural entre las clases acomodadas y la población asalaria­da. Los trabajadores tenían una capacidad de acción colectiva que van a utilizar. Las clases dirigentes se veían amenazadas por los círculos con­céntricos de los barrios de trabajadores.

El siglo estuvo jalonado por insurrecciones y revueltas urbanas de tanto impacto como las parisinas de 1848, por los desfiles de huelguistas y las agitaciones londinenses y por las batallas callejeras en Viería, Milán, Bar­celona o San Petersburgo,


Reformas y servicios urbanos

La ocupación del centro urbano por la burguesía y de los suburbios por los sectores populares y obreros, creó una serie de necesidades a las que se respondió con una política de planificación urbanística y con el establecimiento de grandes servicios públicos, que atendieron, en es­pecial, las necesidades de los sectores urbanos burgueses.

Una de las aportaciones más positivas fue el desarrollo de unos servi­cios públicos tan necesarios como costosos: empedrado de las calles, construcción de aceras, excavación de impresionantes redes de cloacas, creación de servicios de distribución de agua, construcción de parques y jardines, baños y lavaderos públicos, etc. Se produjo una gran discusión cuando el alcalde de París, Poubelle, ordenó que las basuras fuesen de­positadas en cajas y recogidas por empleados municipales.

Por las mismas fechas de mediados de siglo, un gran cambio comenzó a afectar al comercio tradicional: aparecieron los primeros grandes almace­nes, que exponían toda clase de productos a precios más baratos y ofre­cían al diente la libertad de pasear y no comprar, Los primeros fueron los " almacenes Bon Marché (1852) o La Samaritaine (1869), en París; los Gml1ds Magasins, en Bruselas (1864), y otros similares en Londres y Berlín.

Los nuevos transportes urbanos cambiaron la fisonomía de la ciudad y la vida de sus gentes. Los tranvías tirados por caballos fueron sustitui­dos hacia 1870 por líneas electrificadas. El transporte a través de túneles subterráneos apareció por primera vez en Londres hacia 1863; era el suburbano, metropolitano o metro, ya trazado a fines de siglo en -Par_ ¡Berlín y Viena.

La nueva ciudad, entonces como ahora, fue objeto de críticas sociales Cinsana, deshumanizada, insegura) o estéticas (fea, anárquica), pero la gente continuaba afluyendo del campo atraída por la vida urbana. Los bancos, las estaciones de ferrocarril, los edificios públicos, el teatro y la ópera eran los símbolos que la nueva civilización urbana añadía a las [antiguas catedrales y palacios.

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