lunes, 11 de octubre de 2010

Vida y condiciones de vida de la clase trabajadora


La actividad económica e industrial exigía un creciente flujo de tra­bajadores a las ciudades. Sus condiciones de vida y de trabajo
eran muy diferentes a las de la burguesía y se reflejaban en el espacio urbano y en una específica cultura obrera o popular.

El capitalismo industrial y su sistema de fábricas crearon una nueva cla­se de trabajadores, unidos por la común condición de disponer de una sola fuente de ingresos: el salario que recibían a cambio de su tra­bajo. El factor más determinante de la clase obrera y trabajadora era, al contrario que en el mundo de la burguesía, la inseguridad. No sabían cuánto dinero iban a llevar a casa cada semana, ni cuánto iba a durar el trabajo o cuándo podrían conseguir otro si lo perdían. Una enferme­dad, un accidente, una vejez prematura conducían inexorablemente a la mendicidad.

Los obreros de las fábricas y de las minas tenían en común con el am­plio número de trabajadores urbanos (servicio doméstico, construcciÓn, talleres, etc.) su dependencia del salario. Compartían condiciones y for­mas de vida similares, se hallaban a un paso de la pobreza y los separa­ba del mundo burgués un abismo amplio e insalvable.

La clase obrera parecía amenazar el orden establecido. Alcanzó su pleno desarrollo en Inglaterra durante la primera mitad del siglo XIX, y entre 1850 y 1880 era ya casi la cuarta parte de la población en los países europeos desarrollados.

En las zonas industriales interesaba que las viviendas estuvieran cerca de las fábricas. Así surgieron los más característicos e improvisados ba­rrios obreros, con edificios de dos o tres plantas al principio, que au­mentaron progresivamente en altura y volumen, a la vez que se exten­dían por los suburbios de las principales ciudades En la primera mitad de siglo, Gran Bretaña era conocida por tener los suburbios más exten­sos y miserables de Europa.

Los barrios obreros crecían de manera desordenada, sin que el poder municipal atendiese a los servicios mínimos: calles, alumbrado, conduc­ción de aguas, vertidos, basura, etc. Las calles, patios y corredores esta­ban muy degradados por el amontonamiento de desperdicios y basuras. Al no haber desagÜes, se producía el estancamiento de aguas sucias, y la escasa ventilación producía malos olores, con el constante peligro de infecciones. El interior de la vivienda se reducía a una o dos habitacio­nes, siendo frecuentes las cocinas y letrinas comunitarias.

La insalubridad de la vivienda obrera fue fuente de inspiración para novelistas como Charles Dickens, Victor Hugo o Emile lola, así como motivo de preocupación para los gobiernos más progresistas. En la epi­demia de cólera de 1832 se comprobó que muchas de estas enfermeda­
des se debían a las pésimas condiciones de vida. Las mejoras se fueron introduciendo paulatinamente y se hicieron más visibles a partir de 1870: se debían a la preocupación de los reformadores sociales y, sobre todo, a la presión de los propios trabajadores, organizados en sindicatos y en partidos políticos obreros.

La alimentación y el nivel de vida

Las primeras etapas de la industrialización trajeron consigo una pésima calidad de vida para los nuevos trabajadores. A fines de siglo, su si­tuación era más favorable, en parte debido al descenso de los precios agrícolas y en parte, a las conquistas sociales.

A nadie se le escapaba que la negación de los derechos políticos a los trabajadores, o la prohibición de que se asociaran, hacía que se mantu­viera un abismo entre la clase de los propietarios y el proletariado. Quienes se beneficiaban de esta situación argumentaban que formaba parte del orden natural de las cosas.

La dieta alimenticia de todas las clases sociales mejoró notablemente en­tre 1800 y 1900. A mediados de siglo, el alimento principal era la harina (2,5 kg semanales), ya fuese en forma de pan o de gachas, y la patata, extraordinariamente difundida a partir de 1850. Todo ello representaba el 70% de las calorías ingeridas. El consumo de carne, frutas, verduras o pescado era escaso. Para las familias obreras resultaban productos de­masiado caros. La alimentación del hombre era mejor que la de la mujer, ya que ésta solía economizar comiendo menos.

El gasto en vestidos era muy reducido. Solamente se compraba un vestido para varios años. La indumentaria del trabajador se diferenciaba de la de, los burgueses: la blusa y la gorra eran los elementos distintivos para el 1 hombre, y un vestido largo, para la mujer. El centro de ocio para los hom­bres era la taberna, único lugar que permitía relacionarse fuera del trabajo. Los trabajadores se lavaban más que los burgueses, sobre todo, por necesidad, ya que en muchos oficios se ensuciaban diariamente sus cuerpos y sus ropas. En Gran Bretaña, la producción de jabón se mul­tiplicó por diez entre 1830 y 1875.

Tampoco podían ocultar el cuerpo cuando compartían pozos de agua y lavaderos comunes. Ello explica que, para la mentalidad burguesa, las I formas de vida de los trabajadores estuvieran caracterizadas por una pro­1 miscuidad poco ejemplar. También las relaciones afectivas y sexuales, eran más libres y desinhibidas entre los trabajadores, al estar me­nos mediatizadas por los intereses de la familia burguesa. De hecho, en ­1 el París de 1850, uno de cada tres hijos nacía fuera del matrimonio.

El trabajo y el salario

El nÚmero de horas de trabajo era variable según el tipo de actividad; se trabajaba más en las industrias que precisaban de una mano de obra " nllcva. En las fábricas algodoneras del Lancashire (Inglaterra) o en Mul­" hollse (Alsacia), la duración de la jornada laboral era de unas 15 horas, 1 con 13 horas de trabajo efectivo.

La duración de la jornada laboral fue disminuyendo a lo largo del siglo. Hacia 1870, los obreros pasaban más de 12 horas en la fábrica, con una interrupción de una hora y media para las comidas; en el sector tex­til. La jornada era de diez horas y media, con la tarde del sábado libre lIacia 1880, la jornada se fue rebajando hasta las diez horas, a veces in­cluso nueve A fines de siglo, la principal reivindicación de las organiza­ciones de trabajadores era la jornada de ocho horas de trabajo.

Mujeres y niños constituían buena parte de la mano de obra en las primeras etapas de la industrialización En 1839, la mitad aproximada de , los trabajadores fabriles eran mujeres. y los datos del censo de 1851, muestran que en Inglaterra todavía trabajaba regularmente un 28% de la población comprendida entre 10 Y 15 años.

Los salarios eran muy bajos y estaban muy ajustados para satisfacer las necesidades mínimas de los trabajadores: vivienda Y comida. El tra­bajo infantil estaba mucho peor pagado, lo mismo que el de las mujeres, que percibían aproximadamente la mitad del salario de los hombres.

A partir de 1850, los salarios tendieron a aumentar, especialmente para 1 los obreros especializados; pero el nivel de vida de los trabajadores se­" guía siendo muy bajo. La alimentación absorbía más de la mitad del suel­" do, quedando muy poco para el alquiler, la ropa u otras necesidades. Las tasas de mortalidad seguían siendo más altas en los barrios obreros, y la pobreza dominaba aún la vida de la mayoría de las familias proletarias.

Vida y cultura de la burguesía


La burguesía organiza el crecimiento de las ciudades y su planificación, reservándose un espacio social urbano en el que se re­presentan las manifestaciones más específicas de su identidad cultural.

En la ciudad desaparecen los vínculos y usos tradicionales y nacen nuevas pautas de comportamiento y modos de vida, La burguesía, ascendente en el poder y en la economía, dirigía las transformaciones ur­banas, el cambio de costumbres y la aparición de nuevos valores mora­I les y sociales, Un nuevo estilo de vida, a imagen y semejanza de la nueva sociedad burguesa, se iba imponiendo como ideal para unos o como referencia inalcanzable para otros­.

La gran burguesía controlaba el poder económico y político, y estaba compuesta por industriales y banqueros, grandes comerciantes y em­presarios, altos funcionarios, profesionales cualificados, militares de al­ta graduación, etc. Gracias al control del poder municipal, dirigían la planificación urbanística, el trazado de calles amplias y rectas en el cen­tro de la ciudad antigua, la expansión urbana fuera de las murallas, el diseño de nuevos barrios, etc Se construyeron nuevos y espléndidos edificios, reservándose las clases acomodadas el piso "principal" para su uso.

Las clases medias urbanas procuraban imitar las formas de vida y los valores burgueses desde su condición de propietarios de talleres o tien­das o de empleados en las escalas intermediarios de la administración, el ejército o las profesiones liberales.

Los nuevos barrios burgueses eran el escenario de una vida social pro­pia. Para desarrollarla, se construían edificios tan característicos como la Bolsa, el teatro, la ópera, el casino, el nuevo Ayuntamiento y los am­plios cafés. Las clases dominantes contaban con lugares públicos propios; si tenían que compartidos, creaban ámbitos protectores o ex­iclusivos: palcos de teatro, camarotes lujosos en trenes y barcos, cabinas de baño en las playas, etc.

El ámbito de lo privado: la casa

La casa era el dominio privado por excelencia, el fundamento de la familia y el pilar del orden social. Tanto el exterior como el interior eran 11 simbolos del nivel social y de los logros adquiridos, El valor supremo de la sociedad burguesa era la propiedad, la casa tenía, entre otras funciones la de representar la riqueza de sus dueños­. El interior de la vivienda contaba con un gran salón para recibir a las numerosas visitas, La familia se ofrecía allí como espectáculo a sus huéspedes: exponía la vajilla de plata, utilizada sólo en las grandes oca­siones; un mobiliario tapizado, adornado con borlas o manteles; pare­des forradas con telas, cuadros, dobles cortinas en los ventanales, pa­peles pintados, jarrones, alfombras, etc.

La impresión más inmediata de un interior burgués era la de apiñamiento y acumulación ordenada de una masa de objetos, que eran ex­presión tanto del gusto como del precio, así como de la abundancia y baratura de la mano de obra necesaria para fabricados. Un comedor de uso diario, el despacho del cabeza de familia, las habi­taciones de los hijos y el espacio privado por excelencia, la alcoba, completaban la distribución del inmueble, junto a la cocina estaban las habitaciones del servicio.

Las clases más acomodadas de Londres, de París o de Viena ofrecían el modelo más acabado de casa burguesa, La cocina y el baño, curio­samente, fueron confinados a los extremos de la vivienda, Y no expe­rimentaron transformaciones de entidad hasta épocas más recientes, El baño no era de uso frecuente. El agua corriente llegó por primera vez a París en 1865; retretes e inodoros no comenzaron a usarse hasta fines de siglo.La música entró en los hogares burgueses a través del instrumento más grande, aparatoso y caro: el piano, y ningún interior burgués estaba completo sin él.


La institución familiar

La familia era la institución que garantizaba la unidad y la permanencia de la propiedad; toda una serie de valores morales se derivaban de es­ta realidad. Todo lo que atentaba contra la unidad familiar resultaba pe­ligroso y, por tanto, inmoral; las pasiones libres de sus miembros, cón­yuges o hijos, eran inmorales porque no eran apropiadas para la institución familiar, ya que la ponían en peligro.

La igualdad de derechos conquistada por la burguesía estaba lejos de ser una realidad social para todos los miembros de la familia, que era, claramente, patriarcal. Según el código napoleónico, la familia era una unidad económica en la que "el marido es el único administrador de los bienes de la comunidad"; sólo el padre y propietario gozaba de derechos políticos.

La elección de marido o esposa era un asunto de enorme importan­cia para las familias burguesas. De ello dependía incrementar la propie­dad o emparentar con los más destacados. La libertad personal y los deseos de los individuos no eran tenidos en cuenta para decidir con quién iban a casarse. La doble moral burguesa consistía en aceptar dos normas de comportamiento diferentes: castidad para las hijas y fi­delidad para las esposas, infidelidad tolerada para los casados y permi­sividad sexual para los hijos varones.

La mujer era la dueña y la organizadora de la vida cotidiana del hogar;las múltiples tareas que de ello se derivaban podían compensar, parcialmente, su inferioridad económica y jurídica. Ejercía su autoridad sobre los niños y sobre un servicio doméstico numeroso (ayas, cocine­ras, doncellas, etc.). Una "señora" se definía como alguien que no tra­bajaba y que, por tanto, ordenaba a otras personas que lo hiciesen.

El siglo del Ferrocarril


El periodo comprendido entre 1850 y 1900 ha sido calificado como la era del ferrocarril. La aplicación de la fuerza del va por al transporte so­I bre raíles de acero constituye uno de los mejores símbolos del siglo XIX , En 1814, el inglés Stephenson logró que una locomotora que arrastraba , 30 toneladas de peso circulara a una velocidad de 7 km/hora. El invento comenzó a aplicarse al transporte de hulla en las zonas mineras. El mis­I mo Stephenson ganó en 1829 el concurso para construir la línea férrea entre Liverpool y Manchester.

La primera red de ferrocarriles fue la británica. En 1850 estaban en fun­cionamiento las principales líneas que enlazaban Londres con los cen­tros industriales y con las principales ciudades; Bélgica, Francia, España y Alemania trazaron sus líneas ferroviarias a partir de mediados de siglo, al igual que los Estados Unidos.

El tendido del ferrocarril puso en marcha una movilización de recursos económicos y humanos de dimensiones absolutamente desconocidas hasta entonces. Entre 1850 y 1880, la construcción de ferrocarriles se constituyó como un auténtico sector económico. El capitalismo del siglo XIX se apoyaba sobre la trilogía de fábricas, bancos y ferrocarriles.

Los 3.000 km de vía que estaban en funcionamiento en la Francia de 1850 se habían convertido en 49.500 en 1890. En las mismas fechas, Ale­mania pasó de una red de 6.000 km a tener en funcionamiento 43.000 km. El ferrocarril era un instrumento de unificación de los mercados y de las naciones. En 1891 se emprendió el trazado del ferrocarril más largo del mundo, el Transiberiano, que unió Moscú con Siberia y con el mar delJapón (Vladivostok) en 1902.

Cambiaban las dimensiones del mundo; las personas y las cosas comenzaban a aproximarse progresivamente. La aplicación del vapor a la navegación acabó con los veleros y permitió construir buques de ma­yor tonelaje, aumentar e! volumen de! comercio internacional y abaratar los precios del transporte. La comunicación marítima avanzaba con los buques de vapor tanto como la comunicación terrestre lo estaba hacien­do mediante el ferrocarril. Dos empresas tan colosales como la apertura del canal de Suez (1869) o la del canal de Panamá (1914) responden a la necesidad de facilitar y acortar el tráfico interoceánico.

El telégrafo eléctrico es el primer paso para la transmisión rápida de la I información. En 1858 eran 160.000 los kilómetros de hilo colocado; en 1900 superaban los seis millones de kilómetros de cable, después de saltar el canal de la Mancha (1853) y el océano Atlántico (1878). El telé­fono suena por primera vez en 1876 en Estados Unidos.

Cultura y arte del siglo XIX


La educación y la prensa

A lo largo del siglo se desarrollaron nuevos sistemas educativos que re­gulaban desde la enseñanza primaria hasta la universitaria, El objetivo ya no era instruir a unas minorías, como ocurría en el Antiguo Régimen, sino educar en distintos niveles a sectores más amplios de la población, La sociedad burguesa necesitaba obreros especialistas que supiesen leer, técnicos, administrativos, etc., en número creciente.

Se implantaron progresivamente unos modelos estatales de enseñanza pública. Los nuevoS estados nacionales tenían la necesidad de reforzar la cohesión social y la homogeneización de los nuevos ciudadanos; la edu­cación era el mejor instrumento para ello. Gran Bretaña, Holanda, Prusia y Francia fueron los países que más tempranamente extendieron una en­señanza primaria pública y gratuita, que nunca llegó a estar generali­zada. A fines del siglo XIX, entre el 85% y el 90% de la población estaba alfabetizada en el norte de Europa occidental, proporción que en España o Italia era sólo de un 70%, y en Rusia no llegaba al 30%.

En 1808 se creó en Francia el grado de Baccalauréat (Bachillerato), que se obtenía al aprobar un examen al final de la enseñanza secundaria. El bachillerato fue implantado por todos los estados, Cada gobierno de­terminaba unoS planes de estudio uniformes para todos los cen­tros.

Las universidades adaptaron sus viejas estructuras a las nuevas necesi­dades de la sociedad Se fueron liberando de la tradicional influencia que la Iglesia siempre había tenido sobre la enseñanza superior. La ten­dencia general de los estudios era adaptarse a las necesidades del desarrollo económico moderno y, sobre todo, dotar de funcionarios preparados a los pujantes estados liberales.

La expansión de la prensa fue otro hecho cultural clave; en este caso, la iniciativa era privada, y no estatal, aunque los gobiernos procuraban controlar e intervenir en la línea editorial de los periódicos. La prensa se dirigía a una opinión pÚblica cada vez más amplia. La alfabetización y el abaratamiento del precio del periódico hicieron aumentar el número de lectores. Cualquier ciudad de tamaño medio tenía más de un periódico diario, aunque de poca tirada. Otros, como el londinense Tbe Times, editaban más de 60.000 ejemplares a mediados de siglo.

Buena parte de las cabeceras clásicas de la prensa europea surgieron en este periodo: el francés Le Figaro (1851), el alemán Fran!:?furter Zeitung (185G). el italiano 11 Corriere della Sera (1876), el ruso Novosti (1870), el espai\ol La Vanguardia 0881). El NeU' York Times nacía en 1851. Los reriÓdicos de Pulitzer, una de las personalidades más destacadas del pe­riodismo en Estados Unidos, tiraban 80,000 ejemplares diarios en Nueva York hacia 1880. A fines de siglo, los diarios comenzaron a dirigirse a las masas, y no solamente a una opinión pÚblica reducida. Los sindicatos y partidos obreros editaron también sus propios periódicos.


Literatura, música, arte: el nuevo gusto

Durante las primeras décadas del siglo se extendió una nueva sensibili­dad cultural, a la que se denominó romanticismo. Era la expresión del individualismo y del énfasis en la libertad que caracterizaban la nueva burguesía, y también, en algunos casos, del rechazo de unos valores morales utilitarios y formalistas. Tanto en literatura (Lord Byron, Larra, Chateaubriand, Blake) como en mÚsica (Schubert, Chopin, Liszt), fue un fenómeno de dimensiones europeas, como lo serán posteriormente el realismo o el naturalismo.

Lo más significativo fue que aumentaba constantemente el número de consumidores de cualquier tipo de creación artística, lo cual transformaba profundamente el papel del artista en la sociedad. La burguesía "consumía" más construcciones arquitectónicas, más pintura y más escultura. Los campos en los que el pÚblico desempeñó un pa­pel más determinante fueron los de la literatura y la mÚsica.

El lenguaje artístico de la música era especialmente idóneo para reflejar la veta intimista y sensible del alma romántica. La música ejerció gran atracción en la sociedad burguesa La ampliación de la demanda y del gusto musical permitió a compositores e intérpretes librarse de la de­pendencia y los encargos de la Corte, la Iglesia o la nobleza, y empezar a expresar libremente sus sentimientos, así como a vivir de su trabajo, y no del mecenazgo. El gran espectáculo para las elite s del siglo fue la ópera, que unía literatura, música y teatro, y que se convirtió en una es­pecie de templo burgués La ópera clásica reflejaba los ideales que ani­maban la sociedad, desde el amor romántico hasta el nacionalismo; al­canzó su apogeo con las composiciones del italiano Verdi, quien participó activamente en la lucha por la unificación italiana, y del ale­mán Richard Wagner, que representaba los grandes mitos y leyendas del pueblo alemán.

Los lectores aumentaron, y las estanterías burguesas se llenaron con las obras, cuidadosamente editadas, de los clásicos nacionales e internaciona­les. El género literario preferido por la cultura del siglo XIX fue la novela. El tema principal de los novelistas fue la descripción real del surgimiento y de la crisis de la sociedad burguesa. Las novelas de Dickens (1812­1870) eran a la vez una descripción y una crítica social de los efectos de la industrialización en Inglaterra. Balzac, Flaubert y Zola retrataron la so­ciedad francesa, así como Benito Pérez Galdós la española, o Tolstoi y Dostoievski la rusa.

El pÚblico consumidor se fue ampliando paulatinamente y accedió en mayor nÚmero al consumo artístico a través de la prensa, de la litografía y el grabado, de la fotografía y del gramófono. Las clases medias y las clases populares acudían a la opereta, la zarzuela, el cabaré o el café cantante, mientras que la ópera limitaba su acceso a las elites; leían fo­lletines y novelas por entregas si las grandes obras de la literatura les re­sultaban lejanas; se apropiaban de deportes como el fÚtbol o el ciclis­mo, popularizándolos. Deseaban acceder a las conquistas económicas y culturales de la burguesia, e incluso a muchos de sus valores. A fines de siglo, la sociedad liberal abría las puertas a la sociedad de masas.

Ciencia y Tecnología siglo XIX


CIENCIA Y CULTURA EN EL SIGLO DEl PROGRESO

El progreso constituyó la principal ideología del siglo, Los avances científicos y Técnicos posibiliTaban el constanTe crecimienTo econó­mico e indusTrial, y hacían necesaria la expansión de los sisTemas educativos y de la culTura en general.

La sociedad burguesa se mostró orgullosa de sus logros y realizaciones. Los avances científicos eran continuos , su aplicación a la industria, a las comunicaciones , a la medicina, etc. Resolvía los problemas de un mundo en transformación y porporcionaban soluciones que cambiaban la vida de la mayoría d elas personas. Nadie dudadba del progreso científico e intelectual. La fe de la ciencia y el progreso fue una auténtica ideología durante el siglo XIX.

Un periódico de 1900, el Daily Mail, hacía un balance arrogante: “Hemos ceñido el oceano con nuestro puesrtos y rodeado el mundo con nuestros cables. Hemos cruzado el mar con nuestras naves. Hemos encauzado las fuerzas de la naturaleza”.

El fin de siglo repasaba satisfecho con sus éxitos en diversas formas de viajar, incluyendo el triciclo y la bicicleta; en las máquinas ahorradoras de esfuerzo, algunas de las cuales, como la máquina de coser o la de escribir, entraban en el hogar; en los medios de comunicación (teléfono, gramófono, telégrafo); en la fotografía; en la ilumninación, desde los cerillos hasta la bombilla. El orgullo por el progreso alcanzado se celebraba con monumetos conmemorativos: el más espectacular es la Torre Eiffel en París.

La ciencia y la técnica

Ciencia y técnica llegaron a ocupar un lugar de primera importancia en las sociedades occidentales, El progreso industrial fue posible por los avances del conocimiento científico, La dífusión creciente del método analítico a todos los campos del saber se debió a los espectaculares avances producidos en el campo de las matemáticas.

En física, el descubrimiento de las leyes de la termodinámica (Max­well) y del electromagnetismo (Faraday, Hertz, Rontgen) estuvo en la base de buena parte de las innovaciones técnicas que aportó el siglo, y desembocaría en la teoría de la relatividad, formulada por Albert Eins­tein en 1905, Una de las ciencias más florecientes fue la química, sobre todo por sus innumerables aplicaciones de utilización industrial.

Toda una serie de nuevas disciplinas científicas configuraron entonces sus métodos especiales y sus instituciones académicas, Grandes expe­diciones de naturalistas, geólogos, botánicos y geógrafos conquis­taron para la ciencia nuevos espacios continentales, marítimos y subma­rinos.

Uno de los científicos más representativos del siglo fue Charles Dar­win (1809-1882), quien formuló las leyes de la evolución del mundo natural en su obra El origen de las especies (1859). Estas teorías consti­tuyeron el núcleo de la confrontación entre los partidarios de la ciencia y el progreso y los defensores de las certezas inmutables proporciona­das por la tradición. Otro gran científico del XIX fue Louis Pasteur, fa­moso por la trascendencia de sus descubrimientos bacteriológicos: su I gloria llegó al máximo cuando, en 1885, curó a un niño mordido por un perro rabioso.

Simultáneamente, Karl Marx (1818-1883) pretendía explicar la evolu­
ción de la historia y de las sociedades, Es el creador del llamado socia­lismo científico, que pronosticaba el hundimiento del capitalismo, Una I de sus obras, El capital, ha sido uno de los libros que mayor influencia I han ejercido durante más de un siglo, La economía, la sociología, la psi­cología, la antropología, etc" se constituyeron como ciencias sociales desde mediados de siglo.

Las ciudades del siglo XIX

El XIX es el siglo de las ciudades y del ferrocarril. Una población en constante crecimiento creaba una red urbana europea integrada y comunicada, así como una nueva civilización urbana, que transfor­mó profundamente la vida en las ciudades de Europa.

La vida cotidiana experimentó profundas transformaciones. Durante el siglo XIX, Europa fue el centro de progresos científicos, técnicos y cultu­rales, y suministró modelos de desarrollo económico y político, con ello alcanzó un papel dominante en el mundo, pero antes habían cam­biado radicalmente las condiciones de vida de sus habitantes,
una de las realidades más visibles y características fue el intenso de­sarrollo urbano. La riqueza y la variedad de la civilización del siglo XIX descansó, en buena parte, sobre la gran expansión de las ciudades y de la vida urbana, la población europea en su conjunto creció en propor­ciones desconocidas, llegando a ser algo más de la cuarta parte de la mundial a fines del siglo XIX,

Hasta 1850, en todas partes, salvo en Inglaterra, predominaba la pobla­ción rural. El Reino Unido experimentó un proceso de urbanización pre­coz y acelerado, A mediados del siglo XIX, la población urbana ya se ha­bía equilibrado con la población rural, tres cuartos de siglo antes que en Francia. En 1880, tres británicos de cada cuatro vivían ya en una ciudad,

Las grandes capitales crecieron espectacularmente: en poco más de un siglo, la población de Londres y la de París se multiplicaron por cuatro; la de Viena, por cinco; la de Berlín, por nueve; la de Nueva York, por ochenta, Hacia 1815, menos del 2% de los europeos habitaban en una veintena de grandes ciudades con más de 100,000 habitantes; en 1900 eran 184 las ciudades con una población superior a esta cifra y agrupa­ban al 15% de la población del continente,


Una civilización urbana

Este crecimiento acelerado se debió, fundamentalmente, a la emigra­ción de una población campesina, que se veía obligada a abando­nar el campo a causa de las transformaciones económicas, su futuro estaba en el sector industrial o en los servicios, yesos destinos se en­contraban en la ciudad. El ritmo de urbanización de la sociedad euro­pea se aceleró en el decenio comprendido entre 1850 y 1860,
una nueva civilización nació para los habitantes de las ciudades. Buena parte del dinamismo político y cultural de los grandes centros urbanos provenía de la mezcla social y cultural que aportaban las constantes mi­graciones de gentes de muy diverso origen y condición,
muchos de estos núcleos urbanos surgieron directamente de la industria, tenían un perfil muy característico según la actividad industrial que pre­dominara en ellos: textil, siderúrgica, minera, La ciudad y sus habitantes se agrupaban alrededor de empresas textiles, altos hornos, destilerías de hulla, etc. Los barrios obreros crecían al lado de las fábricas.

El vínculo entre crecimiento industrial y urbanización se hizo evidente desde el principio. En Gran Bretaña , a principios del siglo XIX, cinco de las diez mayores ciudadea provinciales debían su tamaño a la industria.

Pero la ciudad industrial no era el modelo más corriente y significativo de la explosión urbana en Europa, ya que las concentraciones industriales estaban muy localizadas. La mayoría de los centros urbanos crecian a partir de de antiguas ciudadeas, favorablemente emplazadas, con actividades y funciones tradicionales de mercado, puerto, capital administrativa o centro de comunicaciones. Así se desarrollaron las grandes capitales eurpeas Londres, París, Berlín, Viena.


La desigualdad social y espacial en las urbes

Viea e un buen ejemplo para saber como se produjo el crecimiento urbano: en el centro y alrededor de la catedral, se encontraba el palacio , la administración imperial y los barrios de la aristocracia. Los barrios residenciales de la burguesía de negocios o profesional se extendía en un segundo círculo, bien alineados a lo largo de amplias avenidas, con sólidos y respetables edicios.Los barrios pobres, próximos a las fábricas envolvían la ciudad, y en ellos se asentaban trabajadores venidos de todas partes del imperio de los Habsburgo. Londres o París no eran ciudades industriales, pero los cinturones de miseria también rodeaban el centro aristocrático y burgués.

El alcalde de París, Haussman, remodeló el viejo centro parisino trazan­do calles rectas y anchas y amplias plazas, y construyendo nuevos edifi­cios públicos y nuevas viviendas. Buen número de los antiguos trabaja­dores se tuvieron que desplazar a los barrios de la periferia, uniéndose a los asalariados recién llegados. El casco viejo remodelado, los nuevos ensanches burgueses y los barrios obreros del extrarradio marcaban la separación social y espacial de los habitantes.

Se abría una inmensa brecha en la sociedad urbana. Los convecinos, en función del sector social al que pertenecían, estaban separados por to­do: la localización del barrio, el tipo de vivienda, el nivel de vida, la for­ma de vestir y la cultura. Así, a partir de la distinta experiencia que pro­porcionaban unas condiciones de vida tan extremadamente opuestas, se iban desarrollando identidades sociales o de clase diferenciadas: una cultura obrera y popular y una cultura burguesa.

La ciudad fue un escenario privilegiado para la confrontación social, política y cultural entre las clases acomodadas y la población asalaria­da. Los trabajadores tenían una capacidad de acción colectiva que van a utilizar. Las clases dirigentes se veían amenazadas por los círculos con­céntricos de los barrios de trabajadores.

El siglo estuvo jalonado por insurrecciones y revueltas urbanas de tanto impacto como las parisinas de 1848, por los desfiles de huelguistas y las agitaciones londinenses y por las batallas callejeras en Viería, Milán, Bar­celona o San Petersburgo,


Reformas y servicios urbanos

La ocupación del centro urbano por la burguesía y de los suburbios por los sectores populares y obreros, creó una serie de necesidades a las que se respondió con una política de planificación urbanística y con el establecimiento de grandes servicios públicos, que atendieron, en es­pecial, las necesidades de los sectores urbanos burgueses.

Una de las aportaciones más positivas fue el desarrollo de unos servi­cios públicos tan necesarios como costosos: empedrado de las calles, construcción de aceras, excavación de impresionantes redes de cloacas, creación de servicios de distribución de agua, construcción de parques y jardines, baños y lavaderos públicos, etc. Se produjo una gran discusión cuando el alcalde de París, Poubelle, ordenó que las basuras fuesen de­positadas en cajas y recogidas por empleados municipales.

Por las mismas fechas de mediados de siglo, un gran cambio comenzó a afectar al comercio tradicional: aparecieron los primeros grandes almace­nes, que exponían toda clase de productos a precios más baratos y ofre­cían al diente la libertad de pasear y no comprar, Los primeros fueron los " almacenes Bon Marché (1852) o La Samaritaine (1869), en París; los Gml1ds Magasins, en Bruselas (1864), y otros similares en Londres y Berlín.

Los nuevos transportes urbanos cambiaron la fisonomía de la ciudad y la vida de sus gentes. Los tranvías tirados por caballos fueron sustitui­dos hacia 1870 por líneas electrificadas. El transporte a través de túneles subterráneos apareció por primera vez en Londres hacia 1863; era el suburbano, metropolitano o metro, ya trazado a fines de siglo en -Par_ ¡Berlín y Viena.

La nueva ciudad, entonces como ahora, fue objeto de críticas sociales Cinsana, deshumanizada, insegura) o estéticas (fea, anárquica), pero la gente continuaba afluyendo del campo atraída por la vida urbana. Los bancos, las estaciones de ferrocarril, los edificios públicos, el teatro y la ópera eran los símbolos que la nueva civilización urbana añadía a las [antiguas catedrales y palacios.

Actividad sobre vida cotidiana del siglo XIX

Esta actividad consiste en elaborar un video con tu equipo de trabajo sobre diversos aspectos de la vida cotidiana del siglo XIX, se proporcionán una serie de lecturas de orientación para que puedas elaborar tu trabajo. Este consiste en elaborar lo siguiente:
1) un guión literario con base en la información que se inscribe en el blog.
2) un archivo de imágenes, puedes consultar metabuscadores como Google, Mamma o Altavista.
3) un archivo de música.
De los tres puntos debes citar las fuentes de consulta, tanto bibliográficas como digitales.
Para mayor orientación en como editar un video consulta esta dirección
Se evaluarán los tres archivos, así como la creatividad y la investigación adicional que se realice.

Lecturas y actividades

Transición del Feudalismo al capitalismo

Unidad III del programa de Historia Universal Moderna y Contemporánea I


Instrucciones:

1) Con las siguientes lecturas realiza un esquema explicativo (mapa conceptual, mapa mental, cuadro sinóptico) de las ideas más relevante de este proceso.

2) Elabora un glosario con los siguientes conceptos: mercantilismo, monopolio, proteccionismo, subvenciones, arancel, balanza comercial, marina mercante, restricción.


Mercantilismo
John B. Harrinson et. al., Estudios de las civilizaciones, McGraw Hill, 1994, p 354


Desde el comienzo de la época del descubrimiento a finales del siglo XV hasta el fin del siglo XVIII todos los gobiernos de Europa occidental, a excepción de Holanda, prosiguieron una política que se ha llamado mercantilismo. Este era en esencia el nacionalismo económico. Mientras los monarcas de las nuevas naciones consolidaban su poder político, también trataban de unificar y centralizar sus economías nacionales. Se hicieron esfuerzos para uniformar las monedas, los pesos y las medidas, el comercio interno se estimuló con los avances de las comunicaciones, y con la reducción y eliminación de las tarifas internas. Sin embargo, estos esfuerzos tuvieron éxito en forma parcial; se concedió mayor atención a la ampliación de la economía de cada nación a costa de los Estados vecinos. La teoría mercantilista suponía, en primera instancia, que el oro y la plata eran la verdadera medida de prosperidad y poder nacionales. Creían que estos metales además de ser medios apropiados de intercambio, podían comprar cualquier cosa, bienes de consumo, ejércitos, armadas y personal administrativo. La buena suerte de España en México y Perú su prosperidad e influencia en el siglo XVI, sin duda reforzaron este argumento. Sólo España fue lo suficientemente afortunada en encontrar el oro y la plata de manera directa. Todos los otros Estados tuvieron que idearse medios alternos para adquirir estos metales preciosos. El mecanismo preferido era buscar una balanza favorable de comercio. La importación de costos productos manufacturados se estimó a las altas tarifas, mientras que la exportación de productos era estimulada hasta con subsidios si era necesario. Lo contrario ocurría con la materia prima barata. El objetivo nacional era comprar a bajo precio y vender caro. Las colonias se convirtieron en fuente de materia prima y base de mercado para los productos manufacturados. Pero a las colonias no se les permitía competir con los fabricantes y navegantes de la madre patria. Se defendía a la fuerza marítima para que protegiera a las colonias. En ocasiones, los comerciantes ejercían una estricta regulación sobre los fabricantes de una nación con el interés de mantenerla reputación por la alta calidad de sus productos en el exterior. Esta fase del mercantilismo alcanzó la cima en Francia en el siglo XVII, con el ministro de las finanzas de Luis XIV, Colbert: Sólo hasta la última parte del siglo XVIII, el economista Adam Smith y los fisiócratas franceses comenzaron a cuestionar la creencia en la validez de los principios mercantilistas y a preparar el terreno para la época de la filosofía de “laissez faire” o de libre comercio.


Colbert y la economía francesa
John B. Harrinson et. al., Estudios de las civilizaciones, McGraw Hill, 1994, pp. 6-8

Luis XIV fue un hombre afortunado en contar en la primera mitad de su reinado con el prestigiado administrador de finanzas Jean Baptiste Colbert (1619-1683). Este era un ambicioso escalador social extraordinario, de que se había dado cuenta de que por su origen burgués, la única posibilidad de prosperar era mediante servicios indispensables prestados al rey. Era una máquina de eficiencia, un trabajador incansable, supervisaba los innumerables detalles de la economía francesa.
Su primera y probablemente más difícil tarea fue equilibrar el presupuesto nacional, que venía siendo mal administrado durante los tiempos de Richelieu y de Mazarino. Se restableció la cuidadosa contabilidad que había instaurado Sully tres cuartos de siglo antes.
Se cancelaron algunas de las deudas que el gobierno había contraído a intereses exorbitantes; para otras se redujo su tasa de interés. Los recaudados de impuestos deshonestos fueron despedidos y castigados.
Con Colbert el mercantilismo alcanzó su cima: la industria francesa fue protegida por tarifas respectivas; las exportaciones y nuevas industrias fueron subsidiadas, mientras se economizaban materia prima rigurosamente. Se promovieron considerablemente las actividades del Imperio y comerciales en la India y Norteamérica. Colbert construyó una gran empresa naval para proteger su creciente Imperio y el comercio generaba. Colbert no se detuvo en estas tradicionales prácticas mercantilistas; con el fin de ganar una reputación internacional por la constante buena calidad de los productos franceses, resolvió que toda la manufactura debía sujetarse a una detallada regulación y supervisión. La calidad y color de cada hebra se tenía en cuenta para cada pulgada de los textiles bordados. Un verdadero ejército de inspectores estaban de hacer cumplir las reglamentaciones. Esta política extrema del mercantilismo, el soporte económico al absolutismo, se ha dado en llamar colbertismo. Logró su propósito inmediato en cuanto calidad y reputación, pero no estimuló la iniciativa y retrasó el desarrollo industrial. Es destacable que Colbert hubiera logrado equilibrar el presupuesto y mantener una prosperidad económica, teniendo en cuenta los despilfarros de Luis XIV, como la construcción del castillo de Versalles. Cuendo murió en 1683, las guerra adelantadas por Luis prácticamente destruyeron la obra del ministro. Varios países de Europa imitaron las políticas y técnicas utilizadas por Colbert durante el último periodo del siglo XVII y gran parte del XVIII.

Monopolios
Eric Roll, Historia de las doctrinas económicas, México, FCE, 1984, pp.59-60


A lo largo de los siglos XVI y XVII encontramos a las grandes compañías comerciales privilegiadas que monopolizaron el comercio con regiones diferentes; ellas fueron las primeras que usaron en gran escala la organización por acciones, típicamente capitalistas. Entre los grandes monopolios comerciales de aquel tiempo se cuentan los Mercaderes Aventureros, las Compañías de la Tierra de Oriente, la Compañía Moscovita y la Compañía de las Indias Orientales, que eran las mas importantes. El comercio que efectuaban estas compañías y los mercaderes independientes eran todavía, en gran parte, un comercio de intermediarios. Se dedicaban al mismo comercio de entepót (depósito) que había enriquecido a Génova, Venecia y Holanda. Este negocio de acarreo muestra la naturaleza del capitalismo comercial en su más pura esencia. Sin embargo, no tardó en complicarse con una forma más avanzada de comercio que implicaba la exportación de las manufacturas mismas del país.
La localización se convirtió en un arma importante para mitigar los azares del comercio. Rara vez fueron suficientemente los esfuerzos de los comerciantes y de las compañías para conseguir el dominio de las lejanas regiones con las cuales comerciaban, y tenían que complementarlo el poder del Estado, a cuyo fortalecimiento contribuían en gran medida. Los vínculos entre los interese comerciales y el Estado se estrecharon más, por lo tanto, y la atención de la política estatal se concentró cada vez más en los problemas del comercio.